lunes, 29 de agosto de 2016



ZAPATOS



Sé sentó en el suelo, frente al armario destripado con las puertas abiertas de par en par. Ante ella, zapatos y más zapatos de distintas formas y colores. Cada uno de ellos una época y cada época una página de su diario, testigos mudos de haber vivido, amado, sufrido...

Su mano temblorosa cogió un par al azar. Los acaricio con nostalgia; le llegó la imagen de su primer beso furtivo en la puerta del colegio; torpe y rápido.

Desplegó una bolsa de basura y los introdujo en su interior. Levantó la vista: sandalias de verano —pensó, vacaciones en Roma—; no se entretuvo los metió en la bolsa.

Zapatillas de deporte sin cordones. Acampada, noche estrellada, caricias a escondidas, besos entre las sombras. También fueron a la bolsa.

Sandalias de tacón ancho. Escuela de baile; mi primer tango, suspiro. —el primer amante, sonrió—. No se salvaron, igual que los demás fueron a la bolsa y así llenó una bolsa y otras muchas más; hasta que el armario quedo vacío y en su mano un par de zapatos: ni finos ni anchos; ni bonitos ni feos.

Sólo eran suaves y cómodos, pensó entonces: con estos seguiré el camino. 




miércoles, 17 de agosto de 2016


                  BESOS EN LOS RINCONES



Escondidas en las esquinas están nuestras sombras abrazadas a la ilusión de encontrar una vez más nuestros cuerpos y con ellos todos los besos que nos dimos en rincones apartados  de miradas recelosas que desde la distancia nos observaban.

Agazapadas en la oscuridad, ansiosas esperan lanzarse al abismo para recorrer juntas nuestra piel y cubrirnos de caricias olvidadas.

sábado, 13 de agosto de 2016


                                 EL COLOR OSCURO DEL CIELO



¡Sube al coche!, —me ordena—, le obedezco. En la radio suena «"Human Nature"»  de MADONNA, a quien imagino sobre el escenario con el cuerpo enfundado en un ajustado corsé negro y medias de rejilla. Miró mis piernas; no son como las de ella y me consuelo  pensando. Al menos tenemos los mismos años.

Ladeo la cabeza hacia él, quien me sonríe con malicia mientras desliza su mano por entre mis muslos. Bajo la cremallera de sus pantalones. ¿Qué haces? ¡Aquí no! —Me dice—, vamos a un sitio más retirado.

El recorrido se me hace interminable, a nuestro paso todos los semáforos insisten en teñirse de rojo; cada vez que esto sucede, remuevo mi culo en el asiento encogiendo mi cuerpo todo lo que puedo cubriéndome la cara con el dorso de la mano apoyado en el cristal de la ventanilla, mientras miro con recelo al conductor de turno sentado en el coche de al lado.

MADONNA hace rato que se ha callado, ahora se escucha «" El Jefe"»  BRUCE SPRINGSTEEN.

Él golpea con sus dedos el volante siguiendo el ritmo de la música. Me mira, creo que en un gesto intuitivo al sentirse observado. En esta ocasión no sonríe; hemos  llegado a la carretera de El Saler.  Entre dunas de arena, pinos y matorrales disminuye la velocidad se sitúa en la cuneta y desconecta el motor. Pone su mano en mi nuca llevando mi cara hacia su entrepierna, me dice: —ahora; ¡Empieza! Bajándole la cremallera, trago saliva e inspiro lo más profundo que puedo para llenar mis pulmones de aire y así contener la respiración durante el tiempo que calculo podrá tardar en desahogarse; sostengo en mi mano esa parte de él.

— ¿A qué esperas?, ¡venga! Empieza ya, —me ordena— así lo hago. Intento evadirme y pienso en mi niña; vuelvo a escuchar la radio cuyo sonido siempre ha estado presente como si fuera el tercer ocupante de un coche sucio y mal ventilado que huele al tabaco impregnado en sus asientos.

A llegado el espacio de la publicidad, en la emisora mal sintonizada se oye  « " el segundo juguete al sesenta por cien " ». Lo  que me recuerda que tenemos las navidades encima, y decido que al llegar a casa buscaré el árbol, el mismo que hemos puesto año tras año junto a la ventana. Sé que será quien pondrá las bolas grandes y el ángel de arriba; yo nunca he querido poner la estrella. No sé por qué. No me gusta. Mañana empezare a comprar los juguetes de Reyes. Su abuelo  siempre quería que los regalos se dieran en Reyes, nada de Papa Noel —decía, cuando aún estaba con nosotras—. Compraré también una tableta de turrón «Suchard». Era el preferido de su madre, ¡Pobre hija mía!, los muy cabrones, no le dejaron otra opción que lanzarse por el balcón cuando nos tiraron de casa. ¡De mi casa!, con el salón grande, ese que calienta el sol de invierno, donde jugaba Marta, mi hija, y ahora lo hace mi nieta. Si no fuera por ella, por esos ojos que me miran sin entender nada y preguntando por qué. Cuando me mira en silencio agacho la cabeza y aún percibo su reproche; sé que debería contarle, voy a tener que explicarle pero no puedo, todavía no.

Este año, mejor no compro turrón y los juguetes los buscaré en los chinos de la esquina, esos que tienen de todo.

Tendré que agenciarme otra esquina, esas muñequitas rusas tienen pillados los sitios buenos y además de noche todos los gatos son pardos.




viernes, 12 de agosto de 2016




RETALES DE PAPEL





HUMEDADES DEL CORAZON:

Por el precipicio del desorden ruedan las pasiones.



EL VIAJERO:

Cargando las maletas repletas del cansancio que deja  la desesperanza.



LOS AMANTES:

Sábanas enredadas, lugares comunes ya olvidados.



LAS HORAS:

Cincel del tiempo. Colores que se enroscan  como culebras.



MOLINOS DE VIENTO:

Rocinante sin Quijote. Peregrino que busca el camino.







                                LA MUSICA DEL CORAZON

Bajo las aspas lentas del ventilador, los ojos entornados, la respiración tenue y el cuerpo desnudo cubierto por una fina sábana. Así la encontró al entrar en la habitación,.

Había sido una larga noche de verano, con ese calor sofocante de  agosto que hace resbalar pegajosas gotas de sudor por la piel.

Se detuvo ante ella, tomándose su tiempo para observarla en silencio. La miró con la mirada furtiva del qué mira por primera vez y, creyendo presentir la muerte merodeando cerca del dormitorio, cerró la puerta y las ventanas para que no se le pudiera adelantar.

Se tumbó junto a ella y con lentamente fue tirando de la sábana que cubría la cicatriz de su pecho, besó sus labios, rozándolos con suavidad, se abrazó a ella y le susurro en el oído cuanto la quería.

Ella escuchó los latidos del corazón de él, sintió el calor de su cuerpo pegado al suyo y la dulzura del roce de su mano sobre la cicatriz. Entonces supo que había ganado la batalla.





                                

jueves, 11 de agosto de 2016

Dejé de amar

Concha Estellés ( C.E.P)
Dejé de amar sin darme cuenta de que lo hacía. No sé cómo fue ni por qué sucedió, solo sé que pasó un día sin más. Puede que hubiera un motivo, puede que fuera esa brisa fresca que dejó de correr entre nosotros, esas caricias que dejaron de ser furtivas o simplemente la oscuridad que poco a poco anido en tu corazón. Yo quería amarte y te juro que luché por los dos: Por ti y por mí pero me cansé. Una noche llegué exhausta, tanto que ya me quedé sin fuerzas para seguir remando contra corriente. Rompí esas cadenas dejándome arrastrar. Y ¿Tú? ¿Qué hiciste tú?


Concha Estellés ( C.E.P)
Dejé de amar sin darme cuenta de que lo hacía. No sé cómo fue ni por qué sucedió, solo sé que pasó un día sin más. Puede que hubiera un motivo, puede que fuera esa brisa fresca que dejó de correr entre nosotros, esas caricias que dejaron de ser furtivas o simplemente la oscuridad que poco a poco anido en tu corazón. Yo quería amarte y te juro que luché por los dos: Por ti y por mí pero me cansé. Una noche llegué exhausta, tanto que ya me quedé sin fuerzas para seguir remando contra corriente. Rompí esas cadenas dejándome arrastrar. Y ¿Tú? ¿Qué hiciste tú?