jueves, 8 de diciembre de 2016


                                     LA CIUDAD DE ORO



En un lugar cualquiera había una ciudad que no era muy grande ni tampoco pequeña. Un punto más en el mapa.

Un día la falta de transparencia quebrantó la confianza de sus habitantes en el futuro,  rompiéndose el diálogo y las negociaciones para la igualdad.

La ciudadanía, harta de engaños, salió a la calle en masa reclamando sus derechos.

Todos y cada uno de aquellos, que con anterioridad les fueron  usurpados, por una panda de encantadores de serpientes.

La rebelión lejos de aplacarse fue ganando terreno, hombres, mujeres, niños y ancianos proclamaban al viento las mismas consignas.

En los encantadores, quienes desde la cuna habían sido ciegos y sordos; de pronto se obró  el milagro y no pudiendo resistir los cantos del pueblo huyeron llevando consigo sus cestos llenos de serpientes.

La dicha no duró mucho tiempo, los vientos del norte trajeron unos nuevos encantadores.


jueves, 1 de diciembre de 2016




                                       ENTRE SUEÑOS

El chirriar de la puerta, se me pegó a la espalda erizando mi piel. Los sonidos extraños se sucedieron y  creí ver fantasmas en todos los  recovecos de la destartalada casa, sin darme cuenta de que el demonio agazapado me esperaba en el dormitorio. 
Subí las escaleras que crujían con mi peso y temiendo que algún escalón cediera bajo mis pies, me agarré con fuerza del pasamano.
Imaginé ver mi cuerpo precipitándose al vacío por el hueco de la escalera,
el corazón me golpeaba el pecho y un tembleque de flojera se adueñaba de mí.
Entonces vibró el bolsillo de mi chaqueta. 
Respondí a la llamada del móvil.
Una voz ronca me anunció que mi tía abuela había fallecido en su vieja casa del bosque, siendo yo su única beneficiaria y por tanto heredera legítima de tan preciado tesoro: una casa encantada con demonio en el dormitorio.
Carlos (mi marido) me preguntó, aún entre sueños, — ¿Quién llama a estas  horas de la madrugada?
En un acto reflejo le respondí: —se han confundido cariño, sigue durmiendo.
Apagué La Luz y me di la vuelta.
También yo seguí durmiendo.


  

viernes, 25 de noviembre de 2016


EL CORAZÓN DEL ABUELO



De un certero bocado, le arrebató el pincel. Siempre tuvo algo de mal genio.

De cualquier modo era cierto que, aquel despropósito, no podía quedar así y por supuesto debía arreglarse antes de que llegara el abuelo Pepe, al que nunca le gustaron los grafitis aun siendo de su nieta favorita. Reconocida artista en todo el mundo, de ella llegaron a decir ser el máximo exponente del arte contemporáneo a pesar de su corta edad, eso sí minimalista.

Para el abuelo una silla era una silla y una cara; pues eso, una cara y solía añadir: ¡De toda la vida!

La cosa es que Juan, decidido como era él, desde su silla de ruedas y con su potente dentadura sostuvo el pincel y añadió al mural de la pared un «Te queremos abuelo», junto a un «feliz cumpleaños» y un diminuto corazón, que más bien parecía un punto rojo.

Ana y yo le miramos asombrados, ¿Cómo no se nos había ocurrido? Justo hacia un año que al abuelo le habían dado el alta del hospital después de  trasplantarle un corazón, gracias al cual seguía con vida.

Un minuto más tarde, la puerta se abría y el abuelo irrumpía en el salón, encontrándonos a  los tres. Juan en el centro, con el pincel en la boca, Ana a un lado de su silla y yo, inmóvil en la parte opuesta a la misma, permanecíamos expectantes ante la reacción del abuelo que intuíamos poco amistosa.

El abuelo caminó en silencio  con paso firme hacia nosotros, los  tres seguíamos quietos como estatuas. Recuerdo los latidos de mi corazón asemejándose a un tambor atravesado en la garganta y una desagradable sensación de pesadez en el aire.

El abuelo situándose frente a nosotros le arrebató  el pincel a Juan de su boca y se fundió a nosotros en un abrazo tan fuerte que no permitía la entrada del aire en aquella bola que habíamos formado.

Al separar nuestros cuerpos pude observar los ojos cristalinos del abuelo y una tímida sonrisa parecía querer  asomar por la comisura de sus labios. Los tres nos miramos y sonreímos aliviados.

Dos días después mi abuelo murió de un infarto fulminante.


viernes, 18 de noviembre de 2016


ENTRE BANBALINAS





 Aquel acontecimiento cambiaria mi vida. Viéndolo desde la perspectiva del tiempo, habría sido una excelente actuación, de las que a Marta le gustaban, siempre soñó con ser actriz; como las de HOLLYWOOD. No pudo ser y se quedó tras las bambalinas, observando como otros daban vida a sus personajes, los de las historias que ella escribía en  largas noches de insomnio.

 Era un jueves cualquiera, de un lluvioso mes de  Junio; me detuve ante la entrada de aquella fría y desangelada sala, a la cual acudí forzada por la que pensé  una estúpida promesa hecha tiempo atrás. Respire hondo con la mirada puesta en el suelo, pretendiendo entrar con el pie derecho pero como me solía ocurrir el izquierdo se le adelanto. Cuando me di cuenta ya era  tarde y creí que  para mí sería un  mal augurio.

 Desee salir de allí a toda prisa pero, no podía dejarla tendida sobre el mármol  con tan solo una sábana cubriendo sus vergüenzas.

 Las cámaras pronto acudirían; para entonces Marta ya era famosa, con su última obra había alcanzado la gloria. Debía estar lista para su primera y última representación.

 Me arme de valor, alce la vista  y observe su rostro contraído, parecía querer llevarse con ella hasta la última pizca de su mala leche.

 Junto a la parte superior de aquel desangelado  mármol sobre el que descansaba su cuerpo inerte, había una mesilla de regia madera; alguien había depositado sobre ella su ropa. Al fondo se veía un baso en cuyo interior nadaba una dentadura...!oh no!, esto es demasiado, pensé, yo solo prometí vestirle y a mala hora hice; puede que no haya nadie en este mundo tan estúpida como yo. Prometer amortajar a alguien a quien hace años que no veo, alguien a quien casi no conozco y que además me provoca antipatía.

 Mirándola de reojo pase junto a ella, en dirección a la mesilla y cuando casi la alcanzaba; su brazo izquierdo se deslizó bajo la sábana golpeando mi muslo.

Sin poder evitarlo, de mi garganta salió un grito de tal intensidad que un segundo más tarde tenía en la puerta toda la comitiva.

 ¡No ha sido nada!, he tropezado con el mármol golpeándome  la rodilla, —dije haciéndome la valiente—.

Todos se retiraron sin mediar palabra. Otra vez las dos solas. Resignada cogí la ropa y comencé a vestirla, del bolsillo de su chaqueta calló una foto junto a una cuartilla plegada cuatro veces sobre sí misma.

Mire la foto con detenimiento y vi a  dos niñas sentadas bajo un algarrobo con un libro entre las manos; me reconocí en la más menuda de las trenzas y sonrisa picarona, también la reconocí a ella, en la que me abrazaba pasando su brazo por mi hombro mientras en la mano sujetaba el libro.

Recordé el juego de la gallinita ciega y la tula. Recordé nuestro escondite secreto y también las veces en que  estuve enferma y ella me trajo dulces. Recordé los cuentos me leyó y los versos que me escribió.

 Levante la vista y la volví a mirar; puse mi mano sobre la suya y la acaricié despacio sin prisas, pues ninguna de las dos las teníamos ya, el tiempo parecía que se había parado.

 Cuando acabé de vestirla y peinarla, bese su frente, desplegué la cuartilla y me despedí de ella cantando la canción  que durante muchos años había estado escondida en el olvido, una canción que Marta algún día escribió para mí.

jueves, 10 de noviembre de 2016

TODO O NADA

“Dicen que todos tenemos un doble en alguna parte…”.Creía que era imposible encontrar a alguien tan igual a mí que se pudiera cambiar conmigo. Es decir, mi doble.
Yo vivía feliz en una gran casa, (de mi mujer), estaba casado y bien cazado. ¡Si¡ cazado, eso es lo que he dicho.
¡Bueno!, sigamos, como estaba diciendo: yo vivía en una casa grande, con un jardín grande, conducía un coche, no muy grande y, si muy caro, tenía un perro llamado Rifo, como no; también grande.
Yo era feliz, incluso amaba a mi mujer, quien era la verdadera dueña de todo y con quien firme un acuerdo prematrimonial que, claro está, redactó su abogado. Maldito cabronazo, sin duda estaba bien pagado.
La cosa es que los lunes, antes de acudir a la galería de arte  (propiedad de mi esposa) yo, acostumbraba limpiar el coche en un lavadero, a mitad camino entre mi casa y la galería.
Cierto lunes de febrero, bastante  frío por cierto, acudí a mi cita en el lavadero y allí estaba ella, limpiando los cristales.
Era tal el arte con que lo hacía, tan suave y delicadamente que de inmediato me fijé en ella y desde luego no fue por su pelo rubio, ni sus sugerentes formas y
mucho menos por la pronunciada abertura de su escote que dejaba al aire un tentador canalillo, que con el movimiento de su brazo, para secar el parabrisas delantero de mi coche, pegaba sus pechos prietos a mi cara, con cristal por medio.
Caí rendido, no lo pude evitar. Me enamoré al instante y desde entonces estuve yendo cada día, para que ella limpiara los cristales; hasta que una mañana sorprendido la vi besarse con un individuo.
Lo curioso es que  al tal X llamémosle así,  le encontré tal parecido a mi, que pensé bien podíamos cambiarnos y después de seguirle durante un buen rato, sin más, se lo propuse.
Tras enseñarle mi casa, mi jardín y mi perro; aceptó.
Por supuesto mi coche me lo quedé yo y a mi mujer no se la presenté. No fue necesario, ella estaba de viaje de negocios.
Acordamos, previo pago, claro está, una semana de prueba, por lo que pudiera pasar y a lo sumo, dos como máximo.
Tanto le gusto mi casa, mi perro y hasta mi mujer, que el muy hijo de su madre decidió quedárselos.
Anoche se escondió en el apartamento de la rubia y cuando estábamos bien distraídos, yo acariciando ese generoso escote suyo y ella ayudando a librarme  de los pantalones, por la espalda y sin previo aviso, me asestó un buen golpe en la cabeza con una horrenda figurita de bronce.
Quede tumbado en el suelo con una gran brecha en la cabeza por donde en cuestión de segundos se me escapó la vida, la rubia, la casa grande y todo lo demás.

viernes, 28 de octubre de 2016


ESCALERA A LAS TINIEBLAS





Perdonarse a sí mismo es lo más difícil que uno puede hacer y Teresa se negaba el beneficio del perdón. Vacilante se detuvo ante el portal, mientras se dijo: — hay cosas que una niña nunca olvida—. Finalmente decidió entrar, sus pasos removieron el añoso polvo extendido sobre el suelo, apoyó la mano en el carcomido pasamanos de madera de la barandilla,  sintiendo un vuelco en el corazón al ver el piano de  tía Margarita arrinconado al pie de la escalera, desmembrado con las tablas laceradas. Se acercó y acaricio sus teclas.

 Ascendió los siete peldaños que la separaban del pequeño habitáculo que ocupó la portera (su madre)  y tras la muerte de esta su padre. Volvió a percibir el aroma de malta con leche del desayuno, se recreó viéndose reflejada en el cristal por el cual sus padres vigilaban a todo aquel que entraba o salía de la finca. En sus buenos tiempos, un edificio modernista de principios del siglo xx, situado en la gran Vía Marqués del Turia. Ahora a Teresa se le encogía el alma al comprobar su lamentable estado y  maldijo de nuevo a tía Margarita por dejárselo en herencia. Era como si quisiera regocijarse con su dolor desde el más allá.

 Siguió ascendiendo, pisando las desquebrajadas baldosas de mármol de la escalera y rozando con sus dedos las descorchadas paredes. Los recuerdos la asaltaron, cogiéndola de la mano para mostrarle un pasado ya vivido. Un pasado que ella años atrás decidió enterrar en los confines de la memoria, avanzó y toda ella en un bloque regresó al ayer, a un día cualquiera de un caluroso mes de agosto en que comenzó todo.

Don Rafael cura de Siete Aguas (su  pueblo) tras la malograda cosecha  de Moscatel, (por una plaga de langostas y la sequía de ese año) les consiguió el trabajo en la portería. El sueldo era bajo, pero tenían la compensación de la pequeña vivienda situada junto a la terraza donde los inquilinos de las viviendas tendían sus ropas al sol.

A Teresa le costó adaptarse. Su abuela materna por quien sentía devoción  y sus amigos se habían quedado  en el pueblo, ella era consciente de que no volvería en mucho tiempo; su vida había cambiado. Asistía a un colegio para señoritas, clases de bordado y costura. Por las tardes de seis a siete un profesor particular de piano, gentileza de tía Margarita,  rica propietaria de las viviendas sin hijos y aburrida que tomó a Teresa como ahijada. El marido de tía Margarita nunca estaba en casa era un hombre muy ocupado que regentaba la farmacia del Asilo de San Juan de Dios, donde pasaba los días y alguna que otra noche, dejando siempre sola a tía Margarita.



Dieciséis de marzo de mil novecientos sesenta y siete, la calle huele a pólvora, buñuelos y chocolate, mis ojos se humedecen al escuchar desde la cama la música de los pasacalles. El vestido de fallera está colgado en el armario, mamá ha pasado muchas tardes  cosiendo; de un retal que le regalo tía  Margarita me ha hecho un bonito traje de Valenciana y yo estoy enferma en la cama. Tengo fiebre, mucho dolor de cabeza y unas  pupas que me pican mucho por todo el cuerpo. El medico dice que es la varicela, yo solo sé que quiero salir de fallera y llevarle mi ramo de flores a la virgen.

Esa fue la primera vez que ocurrió delante de mí, claro que los niños de ciertas cosas no nos enteramos. Eso dicen los mayores.

Las tracas de la despertá  habían cesado y el sonido de la música del pasacalle empezaba a alejarse.

Llamé a papá, solo quería un poco de consuelo, él no me oía, entre gritos y lágrimas seguí llamando a papa, él seguía sin oír mis llantos. Estaba ocupado como descubrí  más tarde al verlo abrazado a tía Margarita, los dos se sorprendieron. Ella rápida,  reaccionó extendiendo sus manos mostrándome un bote de leche condensada, papa le siguió el juego:

—Mira que detallé ha tenido tía Margarita, ha venido a traerte un bote de leche condensada  para que te pongas fuerte y te recuperes pronto.

En ese momento no supe que decir. Desde entonces todas las tardes merendé un buen trozo de pan con leche condensada y chocolate en polvo.

Tía  Margarita no era mi tía en realidad, vivía en el tercero B; su marido era farmacéutico  y ella pasaba el día sola en casa, ¡Bueno! Más en mi casa que en la suya; primero para que mamá le arreglara  bajos y entrara costuras; todas las tardes se pasaban las horas  juntas  en la portería. Yo creo que se habían hecho amigas y por lo que sé también lo pensó mamá, luego cuando mi madre enfermó, seguía viniendo a casa para echar una mano ¡Decía!, Poco a poco se fue colando en nuestras vidas y conquistó a papá.

A Teresa le resbalaban las lágrimas mientras se juzgaba implacable:—Yo me di cuenta de todo, quise reaccionar  y  me conformé con los dulces y las carantoñas que me dieron. Desde las cuatro paredes de mi habitación  yo veía y oía cosas, palabras cariñosas, besos escondidos entre las sombras de los recodos de la casa. Cuando quise hablar, nadie me creyó y todos me juzgaron, creyeron que mentía. Con el tiempo incluso a mí me lo hicieron creer.

Los días fueron pasando, yo mejoré casi al mismo tiempo que mamá enfermó, el médico no entendía lo que le ocurría.

—Es como una vela que se consume y  muy poco a poco,  se va apagando. —Decía Don Salvador, el médico.

A mi madre le gustaban las historias y yo, al regresar de la escuela soltaba la cartera de cuero con el plumín, el lapicero, la goma de borrar y el cuaderno Rubio sobre la estera de la entrada y corría al encuentro de mi madre con un tebeo que siempre era el mismo bajo el brazo. Las historias me las inventaba, cada día le contaba una distinta. Mi madre sonreía agradecida cuando al terminar  le besaba en la mejilla; luego salía de su habitación  dirigiéndome al comedor donde en una esquina de la mesa, sobre el mantel de hule que conservaba las migajas de la cena de la noche anterior, me ponía a hacer los deberes.

Cuando terminaba encendía la radio y le subía el volumen al máximo para que mamá pudiera  desde la cama escuchar a Elena Francis, le encantaba ese programa.  Algunas veces me bajaba a la portería a buscar a papá y como de costumbre él nunca estaba allí; pegado con esparadrapo colgaba un cartel que ponía: Estoy limpiando la escalera.

La cosa es que yo siempre subía y bajaba toda la escalera sin poder encontrarle.  A la hora de la cena tía Margarita traía una cacerola con hervido, tortilla de patatas o sangre con cebolla;  papá sacaba de la despensa un chusco de pan y una botella de vino. Muy pocas veces cenábamos carne y era de caballo.

Los tres nos sentábamos a cenar, luego con el último bocado de la cena, me mandaban a la cama. Desde dónde les escuchaba susurrar  y reír.

Tía Margarita, siempre antes de la cena le daba a mamá un jarabe que debía saber muy mal porque ella se negaba  a tomar y papá la obligaba, le decía que  el marido de tía Margarita lo hacía para ella en  la farmacia.  Un día a mí se me cayó al suelo un poco de ese jarabe,  Trueno, el gato que teníamos lo lamió, tres días más tarde estaba muerto.

Yo me escribía cartas con mi abuelita a la que echaba mucho de menos, ella siempre me contestaba, decía que me quería mucho. Mi abuelita no sabía escribir por eso  Don Rafael (el cura) le escribía las cartas y ella firmaba con el dedo por qué sabía que  a mí me hacía mucha gracia ver su dedo negro en un papel tan blanco. Un día al mes mi abuelita me llamaba por teléfono, Don Rafael le dejaba usar el teléfono de la sacristía y como sabia la hora y el día que me llamaría, iba a casa de tía Margarita y así hablábamos, nos contábamos muchas cosas, ella del pueblo y mis amigos y yo de mamá que ella echaba mucho de menos. Un día cuando estaba esperando sentada en el sofá de terciopelo del salón la llamada de mi abuelita, le conté a tía Margarita lo que le había pasado a Trueno.

— ¡Tía! —le dije muy seria.

—Dime, Teresita —así me llamaba ella.

—El gato se ha muerto.

— ¡Pero como que se ha muerto!

—Sí. La medicina de mamá cayó al suelo y él lo lamio. Yo no sabía. Fue sin querer, la botella se me resbalo y el gato estaba allí. ¿Tía Margarita tu no crees que esa medicina le hará daño a mamá?

 —Niña eres Antoñita la Fantástica, deja ya de inventarte historias. ¿Qué medicina dices?

— ¡Sí! La que le das todos los días antes de cenar—. A tía Margarita le cambio la cara y yo sentí una punzada cuando la oscuridad de sus ojos se posó en los míos.

Semanas después una mañana de lluvia, mi abuela se presentó sin avisar. Papá se sorprendió al verla y le regañó por no haber avisado. Él hubiera ido a la estación a recogerla; le dijo.

Mi abuela vino cargada con un chorizo, un queso y varias morcillas; todo bien envuelto en papel de periódico y metido en una vieja maleta de cartón con trinchas de cuero, donde también estaba bien doblada su enagua y una muda.

Papá le dio las gracias por el embutido y el queso, pero no dejó que se quedara a dormir y la llevó él mismo a la estación donde se quedó sola en el andén esperando al tren. Lo sé porque me lo contó una semana después en su carta. Si yo le hubiera dicho a mi abuelita  lo del gato.  No lo hice. Tuve miedo a mí me gustaba estar con tía Margarita, ella nunca me castigaba, su casa era grande y bonita;  por las tardes cuando me sentaba en el taburete de terciopelo y acariciaba las teclas de su piano me sentía como una princesa, su música era las trompetas de mi castillo.

Unos días más tarde moría mamá. Yo llegué cuando ya era de noche a casa, papá me había dicho que pasaría a recogerme al catecismo, le estuve esperando sentada en un banco de la iglesia,  hasta que el sacristán tuvo que cerrar.

 Las nueve y sereno escuche decir cuando me acerqué a él. — ¡Niña!, ¿dónde vas a estas horas tu sola?, ¡Hace frio! Me dijo y se subió las solapas de su abrigo; sus llaves tintineaban al golpearse entre sí. No recuerdo su nombre,  siempre le llamábamos sereno, me acompañó hasta el patio y se marchó a seguir su ronda. Yo como hacía cada día al llegar a casa fui corriendo al cuarto de mamá.  El baño estaba al principio del estrecho pasillo, entre mi habitación y la suya, la puerta estaba abierta y desde fuera pude ver a mi padre sentado sobre la taza del wáter  mirando a mamá mientras movía su mano  sosteniendo  su navaja de afeitar. También yo mire a mamá su cabeza descansaba sobre el borde de la bañera  y su brazo izquierdo sobresalía extendido como si quisiera alcanzar a papá, que permanecía inmóvil a su lado.

Me quedé apoyada en el marco de la puerta observando como a mi madre se le escurría por la mano un reguero de sangre que llegaba hasta el suelo, sentí que todo mi pequeño mundo se hundía bajo mis pies, no lograba comprender y aún así mis entrañas se desgarraban. Esa imagen quedó grabada para siempre. Después todo cambio.

Tía Margarita llegó en ese momento. Me abrazó y lloré en su hombro como nunca lo había hecho. La guardia civil y una ambulancia se llevaron a mi madre, el entierro fue un día de lluvia; yo me quede sola en casa sin poder decirle adiós.

Tía margarita seguía trayendo comida a casa y por las tardes hacia la siesta con papá, un día el marido de tía Margarita se puso enfermo y no encontrándola en su casa, subió a la mía a preguntar a papá si tenía algún recado para él, fue ella quien abrió la puerta abrochándose la blusa y recolocando la falda, a partir de entonces llegaron días grises, la gente murmuraba.

La oscuridad de la noche empezaba a llenar los rincones de la casa mientras Teresa frente a la puerta del baño se decía: Sigo sin saber si mamá se cortó las venas, si papá la mató o tía Margarita la enveneno, pero siempre he sabido que los dos fueron culpables. Yo no hice nada, fui muy cobarde, callé, por eso jamás alcanzaré la paz.

Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas mientras sus manos se asían con fuerza a la carcomida madera del pasamano y la punta de su zapato se apoyaba en la oxidada forja. Teresa cayó al vacío, su cuerpo quedó sobre el maltrecho piano que con el impacto dio su última nota, solo para ella.








jueves, 20 de octubre de 2016

                                               PÉTALOS DE AIRE

Las flores amarillentas y secas de un martes  de eneroentre las páginas de un libro me esperaban ansiosas para recordarme tus besos, tus caricias; pero también tus reproches y  tus gritos.
Abrí el libro rescatando aquellas rosas de las hojas de papel que las oprimían. Con cuidado acaricie sus pétalos y uno a uno los fui desprendiendo. Mientras lo hacía pensaba en ti. 
Después las arrojé a la basura y con ellas cualquier huella de tu recuerdo.

viernes, 14 de octubre de 2016


                                              AMELIA

 Poco antes de que los domingos fueran amargos las risas llenaban los rincones de la casa, aun cuando no se pudiera salir.  
La lluvia en diciembre y enero acostumbraba a caer en la sierra donde teníamos la casita y pasábamos las vacaciones de Navidad; eran días felices en los qué Amelia al despertar cada mañana corría arrastrando su osito de peluche que sujetaba por la oreja en su pequeña mano, desde  mi cama oía el eco de sus pasos, sabía que se acercaba y me escondía  bajo las sábanas para sorprenderla al subirse a nuestra cama; después cosquillas, risas y juegos  llenaban nuestro tiempo.
Tardamos años en ser padres. Fueron tiempos duros de pruebas y tratamientos,  mientras nuestras esperanzas se frustraban pero, cuando ya lo dimos todo por perdido, llegó Amelia y a pesar de no haberla llevado en mis entrañas la siento muy mía. Hace seis meses le detectaron cáncer; las lágrimas llenaron los espacios mientras el dolor nos recorría el alma.
Otra vez pruebas y tratamientos; mi medula no sirve, necesita un donante.
Mientras esperamos, me niego a rendirme. Sujeto su mano intentando darle toda mi fuerza para que tampoco ella se rinda. Miro su cara, reflejo de inocencia dónde apenas se dibuja una sombra de dolor.
Como ella en la sala hay otros niños, valientes, con ganas de crecer, de jugar y ser amados

viernes, 7 de octubre de 2016

                                           ALZARSE A VOLAR

Se acercaba la fecha de su cumpleaños: —Unas zapatillas para bailar, —pidió la niña.
La madre fue de tienda en tienda, buscando unas zapatillas para bailar. Nadie sabía cómo podrían ser.
Preguntó también a zapateros, tampoco ellos entendían: ¿De piel de oveja?, ¿De vaca quizás?, ¿Con plumas de ganso o alas de mariposa?, ¡Para así poder volar! —Le decían—,la madre frustrada, pidió a la niña que bailara.
La niña apoyada en la pared, levantó un brazo arqueándolo con gracia sobre su cabeza y puso sus pies en puntillas acariciando el aire. Su cara se ilumino.
La madre la miró con admiración,  fijándose en sus pies en los que parecía tener pequeñas alas queriéndola  empujar balanceándola hasta el cielo. Con cada Plie, Relevé y Tourner la niña sonreía satisfecha. La madre la miro y la miro, hasta fijarse en la punta de sus pies; en ellos se veían marcadas heridas comprendió entonces como debían ser las zapatillas con las que la niña podría alzarse a volar.

jueves, 15 de septiembre de 2016


DÉJAME QUERERTE

 Me conformaré con mirarte a escondidas entre las sombras de la luna, con rozar tu piel siendo el aire de su boca, con besar tus labios cuando sobre ellos él pose los suyos.

Déjame quererte sin que nadie lo sepa y te diga: ¡No puede ser!

 Déjame quererte cuando todos miren hacia otra parte y no escuchen el rugido de las garras que desde dentro arañan nuestras almas.  Déjame quererte como nadie más te puede querer. Déjame quererte.

viernes, 9 de septiembre de 2016


                              UNA NOCHE ESPECIAL



Amor mío, hoy es nuestro primer aniversario. Ya ves tan cerca y al mismo tiempo tan lejos el uno del otro.

Cuando pienso en lo tonta que fui. Como pude dudar de ti ¡vida mía!, que bobada ¿verdad? Total por unas cuantas miradas inofensivas y algunas palabras cariñosas a una que otra de nuestras amigas. Las tuyas y las mías, que no es lo mismo que sólo las tuyas. ¡Sí!, fui muy tonta, temiendo que te pudiera perder, con lo mucho que nosotros nos amamos ¿verdad, vida mía?

¡Hay cariño!, que feliz me siento en este nuestro primer aniversario. A estas alturas de nuestra relación y después de haberlo aclarado todo, entre tú y yo, creo que por fin me siento libre y te puedo decir sin bajar la mirada, que soy feliz. ¡No creas!, al principio me costó; esas noches tan largas con los tediosos silencios en que añoraba escuchar tu voz. ¿Recuerdas cuando nos enfadábamos? Entonces todo se llenaba de silencio. ¡Que tontos!, con lo mucho que siempre nos hemos amado y por un simple enfado dejar de hablarnos; a nuestros años, ni que fuéramos críos.

¡Hui!, que deprisa pasa el tiempo, está empezando a anochecer, aún tengo que ducharme y arreglarme. Esta noche es especial y hay que celebrarlo. Estás de acuerdo conmigo ¿verdad?, bueno mi amor, he de marcharme el conserje del cementerio pronto cerrara.

Hasta el año que viene. Adiós amor mío.

¡Ah!, tranquilo mandaré que te cambien las flores.

lunes, 29 de agosto de 2016



ZAPATOS



Sé sentó en el suelo, frente al armario destripado con las puertas abiertas de par en par. Ante ella, zapatos y más zapatos de distintas formas y colores. Cada uno de ellos una época y cada época una página de su diario, testigos mudos de haber vivido, amado, sufrido...

Su mano temblorosa cogió un par al azar. Los acaricio con nostalgia; le llegó la imagen de su primer beso furtivo en la puerta del colegio; torpe y rápido.

Desplegó una bolsa de basura y los introdujo en su interior. Levantó la vista: sandalias de verano —pensó, vacaciones en Roma—; no se entretuvo los metió en la bolsa.

Zapatillas de deporte sin cordones. Acampada, noche estrellada, caricias a escondidas, besos entre las sombras. También fueron a la bolsa.

Sandalias de tacón ancho. Escuela de baile; mi primer tango, suspiro. —el primer amante, sonrió—. No se salvaron, igual que los demás fueron a la bolsa y así llenó una bolsa y otras muchas más; hasta que el armario quedo vacío y en su mano un par de zapatos: ni finos ni anchos; ni bonitos ni feos.

Sólo eran suaves y cómodos, pensó entonces: con estos seguiré el camino. 




miércoles, 17 de agosto de 2016


                  BESOS EN LOS RINCONES



Escondidas en las esquinas están nuestras sombras abrazadas a la ilusión de encontrar una vez más nuestros cuerpos y con ellos todos los besos que nos dimos en rincones apartados  de miradas recelosas que desde la distancia nos observaban.

Agazapadas en la oscuridad, ansiosas esperan lanzarse al abismo para recorrer juntas nuestra piel y cubrirnos de caricias olvidadas.

sábado, 13 de agosto de 2016


                                 EL COLOR OSCURO DEL CIELO



¡Sube al coche!, —me ordena—, le obedezco. En la radio suena «"Human Nature"»  de MADONNA, a quien imagino sobre el escenario con el cuerpo enfundado en un ajustado corsé negro y medias de rejilla. Miró mis piernas; no son como las de ella y me consuelo  pensando. Al menos tenemos los mismos años.

Ladeo la cabeza hacia él, quien me sonríe con malicia mientras desliza su mano por entre mis muslos. Bajo la cremallera de sus pantalones. ¿Qué haces? ¡Aquí no! —Me dice—, vamos a un sitio más retirado.

El recorrido se me hace interminable, a nuestro paso todos los semáforos insisten en teñirse de rojo; cada vez que esto sucede, remuevo mi culo en el asiento encogiendo mi cuerpo todo lo que puedo cubriéndome la cara con el dorso de la mano apoyado en el cristal de la ventanilla, mientras miro con recelo al conductor de turno sentado en el coche de al lado.

MADONNA hace rato que se ha callado, ahora se escucha «" El Jefe"»  BRUCE SPRINGSTEEN.

Él golpea con sus dedos el volante siguiendo el ritmo de la música. Me mira, creo que en un gesto intuitivo al sentirse observado. En esta ocasión no sonríe; hemos  llegado a la carretera de El Saler.  Entre dunas de arena, pinos y matorrales disminuye la velocidad se sitúa en la cuneta y desconecta el motor. Pone su mano en mi nuca llevando mi cara hacia su entrepierna, me dice: —ahora; ¡Empieza! Bajándole la cremallera, trago saliva e inspiro lo más profundo que puedo para llenar mis pulmones de aire y así contener la respiración durante el tiempo que calculo podrá tardar en desahogarse; sostengo en mi mano esa parte de él.

— ¿A qué esperas?, ¡venga! Empieza ya, —me ordena— así lo hago. Intento evadirme y pienso en mi niña; vuelvo a escuchar la radio cuyo sonido siempre ha estado presente como si fuera el tercer ocupante de un coche sucio y mal ventilado que huele al tabaco impregnado en sus asientos.

A llegado el espacio de la publicidad, en la emisora mal sintonizada se oye  « " el segundo juguete al sesenta por cien " ». Lo  que me recuerda que tenemos las navidades encima, y decido que al llegar a casa buscaré el árbol, el mismo que hemos puesto año tras año junto a la ventana. Sé que será quien pondrá las bolas grandes y el ángel de arriba; yo nunca he querido poner la estrella. No sé por qué. No me gusta. Mañana empezare a comprar los juguetes de Reyes. Su abuelo  siempre quería que los regalos se dieran en Reyes, nada de Papa Noel —decía, cuando aún estaba con nosotras—. Compraré también una tableta de turrón «Suchard». Era el preferido de su madre, ¡Pobre hija mía!, los muy cabrones, no le dejaron otra opción que lanzarse por el balcón cuando nos tiraron de casa. ¡De mi casa!, con el salón grande, ese que calienta el sol de invierno, donde jugaba Marta, mi hija, y ahora lo hace mi nieta. Si no fuera por ella, por esos ojos que me miran sin entender nada y preguntando por qué. Cuando me mira en silencio agacho la cabeza y aún percibo su reproche; sé que debería contarle, voy a tener que explicarle pero no puedo, todavía no.

Este año, mejor no compro turrón y los juguetes los buscaré en los chinos de la esquina, esos que tienen de todo.

Tendré que agenciarme otra esquina, esas muñequitas rusas tienen pillados los sitios buenos y además de noche todos los gatos son pardos.




viernes, 12 de agosto de 2016




RETALES DE PAPEL





HUMEDADES DEL CORAZON:

Por el precipicio del desorden ruedan las pasiones.



EL VIAJERO:

Cargando las maletas repletas del cansancio que deja  la desesperanza.



LOS AMANTES:

Sábanas enredadas, lugares comunes ya olvidados.



LAS HORAS:

Cincel del tiempo. Colores que se enroscan  como culebras.



MOLINOS DE VIENTO:

Rocinante sin Quijote. Peregrino que busca el camino.







                                LA MUSICA DEL CORAZON

Bajo las aspas lentas del ventilador, los ojos entornados, la respiración tenue y el cuerpo desnudo cubierto por una fina sábana. Así la encontró al entrar en la habitación,.

Había sido una larga noche de verano, con ese calor sofocante de  agosto que hace resbalar pegajosas gotas de sudor por la piel.

Se detuvo ante ella, tomándose su tiempo para observarla en silencio. La miró con la mirada furtiva del qué mira por primera vez y, creyendo presentir la muerte merodeando cerca del dormitorio, cerró la puerta y las ventanas para que no se le pudiera adelantar.

Se tumbó junto a ella y con lentamente fue tirando de la sábana que cubría la cicatriz de su pecho, besó sus labios, rozándolos con suavidad, se abrazó a ella y le susurro en el oído cuanto la quería.

Ella escuchó los latidos del corazón de él, sintió el calor de su cuerpo pegado al suyo y la dulzura del roce de su mano sobre la cicatriz. Entonces supo que había ganado la batalla.





                                

jueves, 11 de agosto de 2016

Dejé de amar

Concha Estellés ( C.E.P)
Dejé de amar sin darme cuenta de que lo hacía. No sé cómo fue ni por qué sucedió, solo sé que pasó un día sin más. Puede que hubiera un motivo, puede que fuera esa brisa fresca que dejó de correr entre nosotros, esas caricias que dejaron de ser furtivas o simplemente la oscuridad que poco a poco anido en tu corazón. Yo quería amarte y te juro que luché por los dos: Por ti y por mí pero me cansé. Una noche llegué exhausta, tanto que ya me quedé sin fuerzas para seguir remando contra corriente. Rompí esas cadenas dejándome arrastrar. Y ¿Tú? ¿Qué hiciste tú?


Concha Estellés ( C.E.P)
Dejé de amar sin darme cuenta de que lo hacía. No sé cómo fue ni por qué sucedió, solo sé que pasó un día sin más. Puede que hubiera un motivo, puede que fuera esa brisa fresca que dejó de correr entre nosotros, esas caricias que dejaron de ser furtivas o simplemente la oscuridad que poco a poco anido en tu corazón. Yo quería amarte y te juro que luché por los dos: Por ti y por mí pero me cansé. Una noche llegué exhausta, tanto que ya me quedé sin fuerzas para seguir remando contra corriente. Rompí esas cadenas dejándome arrastrar. Y ¿Tú? ¿Qué hiciste tú?