viernes, 25 de noviembre de 2016


EL CORAZÓN DEL ABUELO



De un certero bocado, le arrebató el pincel. Siempre tuvo algo de mal genio.

De cualquier modo era cierto que, aquel despropósito, no podía quedar así y por supuesto debía arreglarse antes de que llegara el abuelo Pepe, al que nunca le gustaron los grafitis aun siendo de su nieta favorita. Reconocida artista en todo el mundo, de ella llegaron a decir ser el máximo exponente del arte contemporáneo a pesar de su corta edad, eso sí minimalista.

Para el abuelo una silla era una silla y una cara; pues eso, una cara y solía añadir: ¡De toda la vida!

La cosa es que Juan, decidido como era él, desde su silla de ruedas y con su potente dentadura sostuvo el pincel y añadió al mural de la pared un «Te queremos abuelo», junto a un «feliz cumpleaños» y un diminuto corazón, que más bien parecía un punto rojo.

Ana y yo le miramos asombrados, ¿Cómo no se nos había ocurrido? Justo hacia un año que al abuelo le habían dado el alta del hospital después de  trasplantarle un corazón, gracias al cual seguía con vida.

Un minuto más tarde, la puerta se abría y el abuelo irrumpía en el salón, encontrándonos a  los tres. Juan en el centro, con el pincel en la boca, Ana a un lado de su silla y yo, inmóvil en la parte opuesta a la misma, permanecíamos expectantes ante la reacción del abuelo que intuíamos poco amistosa.

El abuelo caminó en silencio  con paso firme hacia nosotros, los  tres seguíamos quietos como estatuas. Recuerdo los latidos de mi corazón asemejándose a un tambor atravesado en la garganta y una desagradable sensación de pesadez en el aire.

El abuelo situándose frente a nosotros le arrebató  el pincel a Juan de su boca y se fundió a nosotros en un abrazo tan fuerte que no permitía la entrada del aire en aquella bola que habíamos formado.

Al separar nuestros cuerpos pude observar los ojos cristalinos del abuelo y una tímida sonrisa parecía querer  asomar por la comisura de sus labios. Los tres nos miramos y sonreímos aliviados.

Dos días después mi abuelo murió de un infarto fulminante.


viernes, 18 de noviembre de 2016


ENTRE BANBALINAS





 Aquel acontecimiento cambiaria mi vida. Viéndolo desde la perspectiva del tiempo, habría sido una excelente actuación, de las que a Marta le gustaban, siempre soñó con ser actriz; como las de HOLLYWOOD. No pudo ser y se quedó tras las bambalinas, observando como otros daban vida a sus personajes, los de las historias que ella escribía en  largas noches de insomnio.

 Era un jueves cualquiera, de un lluvioso mes de  Junio; me detuve ante la entrada de aquella fría y desangelada sala, a la cual acudí forzada por la que pensé  una estúpida promesa hecha tiempo atrás. Respire hondo con la mirada puesta en el suelo, pretendiendo entrar con el pie derecho pero como me solía ocurrir el izquierdo se le adelanto. Cuando me di cuenta ya era  tarde y creí que  para mí sería un  mal augurio.

 Desee salir de allí a toda prisa pero, no podía dejarla tendida sobre el mármol  con tan solo una sábana cubriendo sus vergüenzas.

 Las cámaras pronto acudirían; para entonces Marta ya era famosa, con su última obra había alcanzado la gloria. Debía estar lista para su primera y última representación.

 Me arme de valor, alce la vista  y observe su rostro contraído, parecía querer llevarse con ella hasta la última pizca de su mala leche.

 Junto a la parte superior de aquel desangelado  mármol sobre el que descansaba su cuerpo inerte, había una mesilla de regia madera; alguien había depositado sobre ella su ropa. Al fondo se veía un baso en cuyo interior nadaba una dentadura...!oh no!, esto es demasiado, pensé, yo solo prometí vestirle y a mala hora hice; puede que no haya nadie en este mundo tan estúpida como yo. Prometer amortajar a alguien a quien hace años que no veo, alguien a quien casi no conozco y que además me provoca antipatía.

 Mirándola de reojo pase junto a ella, en dirección a la mesilla y cuando casi la alcanzaba; su brazo izquierdo se deslizó bajo la sábana golpeando mi muslo.

Sin poder evitarlo, de mi garganta salió un grito de tal intensidad que un segundo más tarde tenía en la puerta toda la comitiva.

 ¡No ha sido nada!, he tropezado con el mármol golpeándome  la rodilla, —dije haciéndome la valiente—.

Todos se retiraron sin mediar palabra. Otra vez las dos solas. Resignada cogí la ropa y comencé a vestirla, del bolsillo de su chaqueta calló una foto junto a una cuartilla plegada cuatro veces sobre sí misma.

Mire la foto con detenimiento y vi a  dos niñas sentadas bajo un algarrobo con un libro entre las manos; me reconocí en la más menuda de las trenzas y sonrisa picarona, también la reconocí a ella, en la que me abrazaba pasando su brazo por mi hombro mientras en la mano sujetaba el libro.

Recordé el juego de la gallinita ciega y la tula. Recordé nuestro escondite secreto y también las veces en que  estuve enferma y ella me trajo dulces. Recordé los cuentos me leyó y los versos que me escribió.

 Levante la vista y la volví a mirar; puse mi mano sobre la suya y la acaricié despacio sin prisas, pues ninguna de las dos las teníamos ya, el tiempo parecía que se había parado.

 Cuando acabé de vestirla y peinarla, bese su frente, desplegué la cuartilla y me despedí de ella cantando la canción  que durante muchos años había estado escondida en el olvido, una canción que Marta algún día escribió para mí.

jueves, 10 de noviembre de 2016

TODO O NADA

“Dicen que todos tenemos un doble en alguna parte…”.Creía que era imposible encontrar a alguien tan igual a mí que se pudiera cambiar conmigo. Es decir, mi doble.
Yo vivía feliz en una gran casa, (de mi mujer), estaba casado y bien cazado. ¡Si¡ cazado, eso es lo que he dicho.
¡Bueno!, sigamos, como estaba diciendo: yo vivía en una casa grande, con un jardín grande, conducía un coche, no muy grande y, si muy caro, tenía un perro llamado Rifo, como no; también grande.
Yo era feliz, incluso amaba a mi mujer, quien era la verdadera dueña de todo y con quien firme un acuerdo prematrimonial que, claro está, redactó su abogado. Maldito cabronazo, sin duda estaba bien pagado.
La cosa es que los lunes, antes de acudir a la galería de arte  (propiedad de mi esposa) yo, acostumbraba limpiar el coche en un lavadero, a mitad camino entre mi casa y la galería.
Cierto lunes de febrero, bastante  frío por cierto, acudí a mi cita en el lavadero y allí estaba ella, limpiando los cristales.
Era tal el arte con que lo hacía, tan suave y delicadamente que de inmediato me fijé en ella y desde luego no fue por su pelo rubio, ni sus sugerentes formas y
mucho menos por la pronunciada abertura de su escote que dejaba al aire un tentador canalillo, que con el movimiento de su brazo, para secar el parabrisas delantero de mi coche, pegaba sus pechos prietos a mi cara, con cristal por medio.
Caí rendido, no lo pude evitar. Me enamoré al instante y desde entonces estuve yendo cada día, para que ella limpiara los cristales; hasta que una mañana sorprendido la vi besarse con un individuo.
Lo curioso es que  al tal X llamémosle así,  le encontré tal parecido a mi, que pensé bien podíamos cambiarnos y después de seguirle durante un buen rato, sin más, se lo propuse.
Tras enseñarle mi casa, mi jardín y mi perro; aceptó.
Por supuesto mi coche me lo quedé yo y a mi mujer no se la presenté. No fue necesario, ella estaba de viaje de negocios.
Acordamos, previo pago, claro está, una semana de prueba, por lo que pudiera pasar y a lo sumo, dos como máximo.
Tanto le gusto mi casa, mi perro y hasta mi mujer, que el muy hijo de su madre decidió quedárselos.
Anoche se escondió en el apartamento de la rubia y cuando estábamos bien distraídos, yo acariciando ese generoso escote suyo y ella ayudando a librarme  de los pantalones, por la espalda y sin previo aviso, me asestó un buen golpe en la cabeza con una horrenda figurita de bronce.
Quede tumbado en el suelo con una gran brecha en la cabeza por donde en cuestión de segundos se me escapó la vida, la rubia, la casa grande y todo lo demás.