EL
CORAZÓN DEL ABUELO
De un
certero bocado, le arrebató el pincel. Siempre tuvo algo de mal genio.
De
cualquier modo era cierto que, aquel despropósito, no podía quedar así y por
supuesto debía arreglarse antes de que llegara el abuelo Pepe, al que nunca le
gustaron los grafitis aun siendo de su nieta favorita. Reconocida artista en
todo el mundo, de ella llegaron a decir ser el máximo exponente del arte
contemporáneo a pesar de su corta edad, eso sí minimalista.
Para el
abuelo una silla era una silla y una cara; pues eso, una cara y solía añadir:
¡De toda la vida!
La cosa
es que Juan, decidido como era él, desde su silla de ruedas y con su potente
dentadura sostuvo el pincel y añadió al mural de la pared un «Te queremos
abuelo», junto a un «feliz cumpleaños» y un diminuto corazón, que más bien
parecía un punto rojo.
Ana y yo
le miramos asombrados, ¿Cómo no se nos había ocurrido? Justo hacia un año que
al abuelo le habían dado el alta del hospital después de trasplantarle un corazón, gracias al cual
seguía con vida.
Un minuto más tarde, la puerta se abría y el abuelo irrumpía en el salón, encontrándonos a los tres. Juan en el centro, con el pincel en la boca, Ana a un lado de su silla y yo, inmóvil en la parte opuesta a la misma, permanecíamos expectantes ante la reacción del
abuelo que intuíamos poco amistosa.
El
abuelo caminó en silencio con paso firme
hacia nosotros, los tres seguíamos
quietos como estatuas. Recuerdo los latidos de mi corazón asemejándose a un
tambor atravesado en la garganta y una desagradable sensación de pesadez en el
aire.
El
abuelo situándose frente a nosotros le arrebató el pincel a Juan de su boca y se fundió a
nosotros en un abrazo tan fuerte que no permitía la entrada del aire en aquella
bola que habíamos formado.
Al
separar nuestros cuerpos pude observar los ojos cristalinos del abuelo y una
tímida sonrisa parecía querer asomar por
la comisura de sus labios. Los tres nos miramos y sonreímos aliviados.
Dos días
después mi abuelo murió de un infarto fulminante.
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