jueves, 10 de noviembre de 2016

TODO O NADA

“Dicen que todos tenemos un doble en alguna parte…”.Creía que era imposible encontrar a alguien tan igual a mí que se pudiera cambiar conmigo. Es decir, mi doble.
Yo vivía feliz en una gran casa, (de mi mujer), estaba casado y bien cazado. ¡Si¡ cazado, eso es lo que he dicho.
¡Bueno!, sigamos, como estaba diciendo: yo vivía en una casa grande, con un jardín grande, conducía un coche, no muy grande y, si muy caro, tenía un perro llamado Rifo, como no; también grande.
Yo era feliz, incluso amaba a mi mujer, quien era la verdadera dueña de todo y con quien firme un acuerdo prematrimonial que, claro está, redactó su abogado. Maldito cabronazo, sin duda estaba bien pagado.
La cosa es que los lunes, antes de acudir a la galería de arte  (propiedad de mi esposa) yo, acostumbraba limpiar el coche en un lavadero, a mitad camino entre mi casa y la galería.
Cierto lunes de febrero, bastante  frío por cierto, acudí a mi cita en el lavadero y allí estaba ella, limpiando los cristales.
Era tal el arte con que lo hacía, tan suave y delicadamente que de inmediato me fijé en ella y desde luego no fue por su pelo rubio, ni sus sugerentes formas y
mucho menos por la pronunciada abertura de su escote que dejaba al aire un tentador canalillo, que con el movimiento de su brazo, para secar el parabrisas delantero de mi coche, pegaba sus pechos prietos a mi cara, con cristal por medio.
Caí rendido, no lo pude evitar. Me enamoré al instante y desde entonces estuve yendo cada día, para que ella limpiara los cristales; hasta que una mañana sorprendido la vi besarse con un individuo.
Lo curioso es que  al tal X llamémosle así,  le encontré tal parecido a mi, que pensé bien podíamos cambiarnos y después de seguirle durante un buen rato, sin más, se lo propuse.
Tras enseñarle mi casa, mi jardín y mi perro; aceptó.
Por supuesto mi coche me lo quedé yo y a mi mujer no se la presenté. No fue necesario, ella estaba de viaje de negocios.
Acordamos, previo pago, claro está, una semana de prueba, por lo que pudiera pasar y a lo sumo, dos como máximo.
Tanto le gusto mi casa, mi perro y hasta mi mujer, que el muy hijo de su madre decidió quedárselos.
Anoche se escondió en el apartamento de la rubia y cuando estábamos bien distraídos, yo acariciando ese generoso escote suyo y ella ayudando a librarme  de los pantalones, por la espalda y sin previo aviso, me asestó un buen golpe en la cabeza con una horrenda figurita de bronce.
Quede tumbado en el suelo con una gran brecha en la cabeza por donde en cuestión de segundos se me escapó la vida, la rubia, la casa grande y todo lo demás.

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