viernes, 18 de noviembre de 2016


ENTRE BANBALINAS





 Aquel acontecimiento cambiaria mi vida. Viéndolo desde la perspectiva del tiempo, habría sido una excelente actuación, de las que a Marta le gustaban, siempre soñó con ser actriz; como las de HOLLYWOOD. No pudo ser y se quedó tras las bambalinas, observando como otros daban vida a sus personajes, los de las historias que ella escribía en  largas noches de insomnio.

 Era un jueves cualquiera, de un lluvioso mes de  Junio; me detuve ante la entrada de aquella fría y desangelada sala, a la cual acudí forzada por la que pensé  una estúpida promesa hecha tiempo atrás. Respire hondo con la mirada puesta en el suelo, pretendiendo entrar con el pie derecho pero como me solía ocurrir el izquierdo se le adelanto. Cuando me di cuenta ya era  tarde y creí que  para mí sería un  mal augurio.

 Desee salir de allí a toda prisa pero, no podía dejarla tendida sobre el mármol  con tan solo una sábana cubriendo sus vergüenzas.

 Las cámaras pronto acudirían; para entonces Marta ya era famosa, con su última obra había alcanzado la gloria. Debía estar lista para su primera y última representación.

 Me arme de valor, alce la vista  y observe su rostro contraído, parecía querer llevarse con ella hasta la última pizca de su mala leche.

 Junto a la parte superior de aquel desangelado  mármol sobre el que descansaba su cuerpo inerte, había una mesilla de regia madera; alguien había depositado sobre ella su ropa. Al fondo se veía un baso en cuyo interior nadaba una dentadura...!oh no!, esto es demasiado, pensé, yo solo prometí vestirle y a mala hora hice; puede que no haya nadie en este mundo tan estúpida como yo. Prometer amortajar a alguien a quien hace años que no veo, alguien a quien casi no conozco y que además me provoca antipatía.

 Mirándola de reojo pase junto a ella, en dirección a la mesilla y cuando casi la alcanzaba; su brazo izquierdo se deslizó bajo la sábana golpeando mi muslo.

Sin poder evitarlo, de mi garganta salió un grito de tal intensidad que un segundo más tarde tenía en la puerta toda la comitiva.

 ¡No ha sido nada!, he tropezado con el mármol golpeándome  la rodilla, —dije haciéndome la valiente—.

Todos se retiraron sin mediar palabra. Otra vez las dos solas. Resignada cogí la ropa y comencé a vestirla, del bolsillo de su chaqueta calló una foto junto a una cuartilla plegada cuatro veces sobre sí misma.

Mire la foto con detenimiento y vi a  dos niñas sentadas bajo un algarrobo con un libro entre las manos; me reconocí en la más menuda de las trenzas y sonrisa picarona, también la reconocí a ella, en la que me abrazaba pasando su brazo por mi hombro mientras en la mano sujetaba el libro.

Recordé el juego de la gallinita ciega y la tula. Recordé nuestro escondite secreto y también las veces en que  estuve enferma y ella me trajo dulces. Recordé los cuentos me leyó y los versos que me escribió.

 Levante la vista y la volví a mirar; puse mi mano sobre la suya y la acaricié despacio sin prisas, pues ninguna de las dos las teníamos ya, el tiempo parecía que se había parado.

 Cuando acabé de vestirla y peinarla, bese su frente, desplegué la cuartilla y me despedí de ella cantando la canción  que durante muchos años había estado escondida en el olvido, una canción que Marta algún día escribió para mí.

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