ENTRE
BANBALINAS
Aquel acontecimiento
cambiaria mi vida. Viéndolo desde la perspectiva del tiempo, habría sido una excelente
actuación, de las que a Marta le gustaban, siempre soñó con ser actriz; como
las de HOLLYWOOD. No pudo ser y se quedó tras las bambalinas, observando como
otros daban vida a sus personajes, los de las historias que ella escribía
en largas noches de insomnio.
Era un jueves
cualquiera, de un lluvioso mes de Junio;
me detuve ante la entrada de aquella fría y desangelada sala, a la cual acudí
forzada por la que pensé una estúpida
promesa hecha tiempo atrás. Respire hondo con la mirada puesta en el suelo,
pretendiendo entrar con el pie derecho pero como me solía ocurrir el izquierdo
se le adelanto. Cuando me di cuenta ya era
tarde y creí que para mí sería un
mal augurio.
Desee salir de allí a
toda prisa pero, no podía dejarla tendida sobre el mármol con tan solo una sábana cubriendo sus
vergüenzas.
Las cámaras pronto
acudirían; para entonces Marta ya era famosa, con su última obra había
alcanzado la gloria. Debía estar lista para su primera y última representación.
Me arme de valor,
alce la vista y observe su rostro
contraído, parecía querer llevarse con ella hasta la última pizca de su mala
leche.
Junto a la parte
superior de aquel desangelado mármol
sobre el que descansaba su cuerpo inerte, había una mesilla de regia madera;
alguien había depositado sobre ella su ropa. Al fondo se veía un baso en cuyo
interior nadaba una dentadura...!oh no!, esto es demasiado, pensé, yo solo
prometí vestirle y a mala hora hice; puede que no haya nadie en este mundo tan estúpida
como yo. Prometer amortajar a alguien a quien hace años que no veo, alguien a
quien casi no conozco y que además me provoca antipatía.
Mirándola de reojo
pase junto a ella, en dirección a la mesilla y cuando casi la alcanzaba; su
brazo izquierdo se deslizó bajo la sábana golpeando mi muslo.
Sin poder evitarlo, de mi garganta salió un grito de tal
intensidad que un segundo más tarde tenía en la puerta toda la comitiva.
¡No ha sido nada!, he
tropezado con el mármol golpeándome la
rodilla, —dije haciéndome la valiente—.
Todos se retiraron sin mediar palabra. Otra vez las dos
solas. Resignada cogí la ropa y comencé a vestirla, del bolsillo de su chaqueta
calló una foto junto a una cuartilla plegada cuatro veces sobre sí misma.
Mire la foto con detenimiento y vi a dos niñas sentadas bajo un algarrobo con un
libro entre las manos; me reconocí en la más menuda de las trenzas y sonrisa
picarona, también la reconocí a ella, en la que me abrazaba pasando su brazo
por mi hombro mientras en la mano sujetaba el libro.
Recordé el juego de la gallinita ciega y la tula. Recordé
nuestro escondite secreto y también las veces en que estuve enferma y ella me trajo dulces.
Recordé los cuentos me leyó y los versos que me escribió.
Levante la vista y la
volví a mirar; puse mi mano sobre la suya y la acaricié despacio sin prisas, pues
ninguna de las dos las teníamos ya, el tiempo parecía que se había parado.
Cuando acabé de
vestirla y peinarla, bese su frente, desplegué la cuartilla y me despedí de
ella cantando la canción que durante
muchos años había estado escondida en el olvido, una canción que Marta algún
día escribió para mí.
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