EL COLOR OSCURO DEL CIELO
¡Sube al coche!, —me
ordena—, le obedezco. En la radio suena «"Human Nature"» de MADONNA, a quien imagino sobre el escenario
con el cuerpo enfundado en un ajustado corsé negro y medias de rejilla. Miró
mis piernas; no son como las de ella y me consuelo pensando. Al menos tenemos los mismos años.
Ladeo la cabeza hacia
él, quien me sonríe con malicia mientras desliza su mano por entre mis muslos.
Bajo la cremallera de sus pantalones. ¿Qué haces? ¡Aquí no! —Me dice—, vamos a
un sitio más retirado.
El recorrido se me hace
interminable, a nuestro paso todos los semáforos insisten en teñirse de rojo;
cada vez que esto sucede, remuevo mi culo en el asiento encogiendo mi cuerpo
todo lo que puedo cubriéndome la cara con el dorso de la mano apoyado en el
cristal de la ventanilla, mientras miro con recelo al conductor de turno
sentado en el coche de al lado.
MADONNA hace rato que
se ha callado, ahora se escucha «" El Jefe"» BRUCE SPRINGSTEEN.
Él golpea con sus dedos
el volante siguiendo el ritmo de la música. Me mira, creo que en un gesto
intuitivo al sentirse observado. En esta ocasión no sonríe; hemos llegado a la carretera de El Saler. Entre dunas de arena, pinos y matorrales
disminuye la velocidad se sitúa en la cuneta y desconecta el motor. Pone su
mano en mi nuca llevando mi cara hacia su entrepierna, me dice: —ahora;
¡Empieza! Bajándole la cremallera, trago saliva e inspiro lo más profundo que
puedo para llenar mis pulmones de aire y así contener la respiración durante el
tiempo que calculo podrá tardar en desahogarse; sostengo en mi mano esa parte
de él.
— ¿A qué esperas?,
¡venga! Empieza ya, —me ordena— así lo hago. Intento evadirme y pienso en mi
niña; vuelvo a escuchar la radio cuyo sonido siempre ha estado presente como si
fuera el tercer ocupante de un coche sucio y mal ventilado que huele al tabaco
impregnado en sus asientos.
A llegado el espacio de
la publicidad, en la emisora mal sintonizada se oye « " el segundo juguete al sesenta por
cien " ». Lo que me recuerda que
tenemos las navidades encima, y decido que al llegar a casa buscaré el árbol,
el mismo que hemos puesto año tras año junto a la ventana. Sé que será quien
pondrá las bolas grandes y el ángel de arriba; yo nunca he querido poner la
estrella. No sé por qué. No me gusta. Mañana empezare a comprar los juguetes de
Reyes. Su abuelo siempre quería que los
regalos se dieran en Reyes, nada de Papa Noel —decía, cuando aún estaba con
nosotras—. Compraré también una tableta de turrón «Suchard». Era el preferido
de su madre, ¡Pobre hija mía!, los muy cabrones, no le dejaron otra opción que
lanzarse por el balcón cuando nos tiraron de casa. ¡De mi casa!, con el salón
grande, ese que calienta el sol de invierno, donde jugaba Marta, mi hija, y
ahora lo hace mi nieta. Si no fuera por ella, por esos ojos que me miran sin
entender nada y preguntando por qué. Cuando me mira en silencio agacho la
cabeza y aún percibo su reproche; sé que debería contarle, voy a tener que
explicarle pero no puedo, todavía no.
Este año, mejor no
compro turrón y los juguetes los buscaré en los chinos de la esquina, esos que
tienen de todo.
Tendré que agenciarme
otra esquina, esas muñequitas rusas tienen pillados los sitios buenos y además
de noche todos los gatos son pardos.
Ufff que duro....pero es una realidad que está ahí. Continúa campeona
ResponderEliminarDuro, duro, duro pero es la parte fea de la vida. Puuff
ResponderEliminarDuro, duro, duro pero es la parte fea de la vida. Puuff
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